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Un Tema de Género

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Durante mi exploración intensiva para la creación del curso “Cábala y Mujer” he tenido que apelar a mi capacidad de síntesis para curar el profuso contenido -desde fuentes hebreas, tanto bíblicas como contemporáneas- que existe sobre este tema.

Sin temor a juicios ni debates, la Cábala entendida como disciplina que incluye el misticismo judío además de la filosofía metafísica, exhibe en este asunto el equilibrio que la caracteriza sin pudor, incluyendo todos los aspectos femeninos y masculinos por igual; lo cual se distancia ampliamente de la interpretación rabínica religiosa posterior, efectuada exclusivamente por hombres.

Desde esa perspectiva he encontrado numerosas contradicciones entre ilustres e históricos rabinos y cabalistas, importantes diferencias argumentativas, incoherencias con el Talmud, desequilibrios íntimos que podrían tener un diagnóstico psicológico, exégesis fuera de contexto, estereotipos sociales, incluso “olvidos”.

Para la Cábala, la imagen del cuerpo y la sexualidad femenina no es un problema, ni un asunto a ocultar o reprimir o controlar. No resiste “legislación” (Halajáh) que de haberla por el momento, sigue en manos masculinas y por lo tanto parciales. 

Difícilmente un hombre (rabino o cabalista o nada de eso) pueda experimentar en la carne una menstruación, el impacto psicofísico de un embarazo o los dolores de parto. Y sin embargo, es tema de debate masculino en todo tipo de ámbitos y en el religioso judío se establece normativa hasta con el más mínimo detalle. Como si supieran.

 

La interacción y copulación permanente entre lo masculino y femenino propuesta por la Cábala impide la atribución de género, lo cual sería lógicamente imposible y teológicamente inaceptable. 

Demás está decir que Dios no tiene género como así tampoco los/las ángeles. Más de una vez mis estudiantes han escuchado en mis clases hablar de “Él barra Ella” (Él/Ella). 

Las sociedades en su mayor parte alejadas de la espiritualidad (que no es lo mismo que religión) o sea de cualquier indicio de Unidad, tienen una consideración fragmentaria de la realidad (bueno-malo, lindo-feo, hombre-mujer), los sistemas generados -partiendo de esta base dividida- sólo refuerzan esta tendencia que es, a su vez, profundizada y difundida a través de la ignorancia. Aquí el papel del mal no se puede silenciar.

De esta manera se asumen desigualdades que son aprovechadas por el más poderoso o por el más mentalmente indispuesto. 

Y esto corre parejas con el tema de género: hombres que se creen superiores a las mujeres y mujeres que no aceptan su condición y se creen “iguales” a los hombres, asumiendo cualidades masculinas sin siquiera haberse mirado en el espejo.

 

Encontramos intentos, como en el jasidismo por ejemplo, de ensalzar a la mujer creando metáforas que se quedan escasas para evitar rebeldías y controversias, buscando referencias antiguas y remodelando axiomas, ensayos que en su mayoría no pueden expresar la Unidad. 

Estos empeños quedan lejos de contrarrestar -entre muchas otras-  las históricas atribuciones “demoníacas” achacadas a mujeres durante siglos, de las comunidades en general, que quizás estuvieran “recibiendo Rúaj haKodesh” (Espíritu Santo) pero  para los hombres estaban “poseídas”. 

Este “contacto” más íntimo y frecuente con energías sutiles y divinas generaba la represión y desconsideración (desprecio? asuntos sexuales? miedo? envidia?) ante el hecho de que la mujer sea “receptora natural” del espíritu divino (y tenga un grado mayor de intuición), detalles que se hallan profusamente registrados por escrito.

 

Siendo que la Shejiná (el aspecto femenino de Dios) se manifiesta en cada mujer que encarna en la Tierra no se ve en general, el respeto a Dios que debería surgir de cada hombre hacia Ella.

 

Por otra parte, diferenciándome en forma clara y amplia del grosero intento político/populista de denominar “feminismo” a lo que se ve ahora, hay un trabajo urgente que las mujeres, en mi opinión debemos hacer  aprendiendo humildemente, de los hombres. 

 

“Bendito eres Tú Dios, Rey del Universo que no me ha creado mujer” forma parte de la liturgia diaria judía (y seguramente del alivio de los hombres en el mundo entero).

Obviamente, dicha plegaria ha sido dada vuelta del derecho y del revés en docenas de interpretaciones y modificaciones para quitarle su flagrante aspecto de misoginia a medida que fue pasando el tiempo. Sin embargo, para mí, desde el punto de vista de los hombres tiene sentido.

 

Es mucho más “fácil” ser hombre que ser mujer (ni molesta menstruación, ni transformación integral durante el embarazo, ni dolores de parto, ni crianza de hijos, ni ocuparse del hogar, ni ninguna cosa que interrumpa el proyecto personal, ni los estudios, ni las ambiciones materiales, ni mantenerse físicamente bien, ni tener un aspecto que no genere rechazo, etc.)

Pero entonces, podríamos utilizar la Bináh (discernimiento) extra con la cual Dios nos ha dotado expresándonos en términos más femeninos y elevados; no sólo aceptando naturalmente nuestra condición sino además, agradeciendo el haber sido creadas mujeres. 

Porque somos el contenedor que “recibe” de lo Alto, porque tenemos la suficiencia de contentarnos con nuestra parte, porque sabemos resolver o aliviar con astucia y amor conflictos de toda clase, porque mediante la seducción generamos el ambiente adecuado para el amor (sí, sí, también del acto sexual), porque la intuición y el instinto femenino perpetúa la especie, porque sostenemos el proceso divino de la procreación. 

Porque tenemos la exclusiva y diferenciada facultad física y espiritual de contener, nutrir y formar dos (o más!) almas al mismo tiempo. 

Porque manifestamos, en definitiva, físicamente a Dios en la Tierra. 

 

©Ruth Percowicz - Todos los derechos reservados

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