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La Traición

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Si pensabas que la traidora fue tu mujer, piensa otra vez.

 

Sentirse traicionado es uno de los más difíciles y dolorosos estados emocionales.

Desde el momento de la concepción es inevitable que seamos traicionados y que traicionemos, por muy incómodo que resulte este concepto dual y permanente.

La primera experiencia traumática aparece en el crítico momento del parto en donde somos expulsados del vientre materno, de la Unidad, del Jardín del Edén en donde todo estaba provisto y asegurado, lo que deja una marca indeleble en nuestra psique generando un surco que recorreremos a lo largo de nuestra vida.

Como defensa generamos la ilusión inconsciente de que esta traición básica podrá ser reparada o corregida en nuestras relaciones afectivas. Cada vez que se establece un vínculo de cualquier índole recreamos la pérdida de la Unidad con el objeto primario de nuestro amor, la madre (y algo más?), el primer amor en donde hemos puesto nuestra fe absoluta.

 

La fe, la confianza es una condición natural. Cuanto más completa sea la confianza, más devastadora y traumática será la traición. Quienes aprendieron de estas experiencias en muchos casos se han vuelto personas desconfiadas como mecanismo de defensa para evitar mayor daño emocional, por lo cual, con un esfuerzo demoledor y desmereciendo sus vínculos, mantienen distancia, no se involucran y preservan un ficticio y lábil equilibrio emocional.

 

En la traición, el significado y el valor del propio ser han sido cuestionados.   La idea de que la propia insuficiencia causó la separación es insoportable y difícil de vivir, entonces en muchos casos le echamos la culpa al otro; sin embargo en ese momento tenemos la oportunidad de comprender que no es necesariamente un ajeno quien nos está traicionando sino el traidor en nosotros mismos que se aferra a la ilusión de reparación primera, habiendo proyectado esa posibilidad en lo externo, en muchos casos ingenuamente en otro, en algún otro, o en cualquier otro.

 

Experimentar una deslealtad es como vivenciar la muerte, explica el psicólogo neo-junguiano James Hillman, quien además sugiere que la confianza real, en uno mismo y en el otro, no puede existir sin traición. Se genera un cuestionamiento personal sobre la propia ingenuidad, la inocencia, la estupidez.

Sin embargo, debemos tener en cuenta el factor de discernimiento previo indispensable que seguramente fue sobrepasado por necesidades psíquicas antes de una traición: no somos conscientes de los riesgos que implica confiar.

Esa consciencia sólo aparecerá después de haber experimentado la traición ya que podemos conocer los riesgos y retomar la confianza (o no) de todos modos, ya sea con la misma persona o no. Esta es la verdadera confianza, que se basa en nuestra circular experiencia previa de traición, reconocimiento y dolor por lo que se ha perdido.

 

Encontramos en distintos grados de intensidad a padres que traicionan hijos, esposos a esposas,  maestros a discípulos, jefes a empleados, políticos a afiliados, países a ciudadanos, etc. Caín a Abel, Dalila a Sansón, David a Urías, Ester a Hamán, Judas a Jesús, y todo viceversa. El Adam al Creador, esto no viceversa, aunque hay que ser muy sabio y tener fe absoluta para aceptar todos Sus decretos, incluyendo las infidelidades.

 

La palabra hebrea para traición es BaGaD בגד que tiene la misma raíz que BeGeD o vestimenta. Desde el comienzo de la historia, la vestimenta se ha asociado con la traición. Las prendas se hicieron necesarias después de que Adam traicionara a Dios con el Árbol del Conocimiento, la primera “traición” registrada. De esta manera su candor, su luz, quedó oculta para siempre detrás de un ropaje, detrás de su piel. Pero, es importante destacar que como consecuencia de su traición, los ojos del Adam se abrieron y fue conocedor del Bien y del Mal.

La verdadera esencia queda oculta por una traición. Sin embargo, la desobediencia o la infidelidad al pacto, que en un principio parece autodestructivo tiene una función prospectiva de crecimiento e individuación.

 

Toda traición debe considerarse desde una perspectiva más amplia, el movimiento del alma (o psique en griego) para salir de un estado infantil de amor, ya que la experiencia de pérdida y traición transforma la unión inicial en algo más grande. Ese es el desafío. La pérdida de la inocencia cada vez, da paso a la transformación del lazo inicial y a corregir esa primera traición con la cual fuimos moldeados.

Si nos paralizamos, nos negamos a amar, a trabajar, a socializar, a creer en nuestra propia reconstrucción por miedo a la traición; o si nos presentamos como víctimas y jueces cuando nos han traicionado, perdemos la posibilidad de un cambio importante y crecimiento posterior.

 

“Cuando traicionas a alguien, te traicionas a ti mismo” - Isaac Bashevis Singer (1902-1991)

 

©Ruth Percowicz - Todos los derechos reservados

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