

La Corte entra en Sesión


Por lo general, hay cierta tendencia a creer que uno es una buena persona; ya que sus actos e intenciones podrían ser considerados subjetiva y mayormente “buenos”. Sin la valentía de cuestionarnos íntimamente con preguntas profundas e intensas permanecemos en la comodidad y convencimiento narcicista de que efectivamente tenemos asegurada la vida, la salud, la subsistencia, el amor, y todo lo demás. Hasta que llega la citación del Juzgado Celestial: “Lamentamos informarle que la Corte está en desacuerdo con sus considerandos y será juzgado a tal efecto”.
Ajenos a todo acuerdo de confidencialidad, los IRIN (en arameo עִיר ‛irín, los que "abren los ojos", "despiertan", "observan", "vigilantes”), no sólo observan nuestras acciones, sino además, cada palabra, cada gesto, cada minúsculo pensamiento. Uno a uno, nuestras virtudes y defectos son monitoreados por el inconsciente colectivo o Teli; según los cabalistas el eje imaginario alrededor del cual giran los cielos o desde donde “cuelgan las constelaciones”.
Estos “vigilantes” están encargados de todo, se trata de un grupo de seres cuyo trabajo ordenado por Dios es dirigir los asuntos de la humanidad siendo Satán uno más de ellos.
Entre otras cosas, podemos decir que los Irin evitan que las almas humanas asciendan antes de tiempo, o sea sin estar preparadas o no sean merecedoras, al Árbol de la Vida (ya tenemos la experiencia del error de Adán y Eva con el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.)
Durante el ascenso, que se lleva a cabo mediante un proceso meditativo se produce el encuentro con estas entidades, y si no se es merecedor se proyecta el poder del pensamiento en contra y se rebota.
Si, en cambio, sí se es merecedor, no solo los ángeles abren las puertas, sino que además se inclinan ante el alma humana que ha aprendido, que se ha corregido a sí misma o hecho su Tikún (corrección).
Comprender que somos como niños en este planeta, que se nos recicla una y otra vez hasta que el alma se halla en un punto de balance que le permite ascender, no es un asunto fácil de aceptar. Dicho ascenso requiere una fenomenal transformación personal, alejada de intereses que impliquen algo diferente de la Unidad, necesita de un crecimiento espiritual orientado a la Unión de las partes, al desarrollo de poderes psíquicos basados en la integración de lo racional con lo intuitivo; pero por sobre todo la evolución interior que requiere de la simpleza de la honestidad con el otro y con uno mismo, de la transparencia de la verdad; del discernimiento oportuno, del amor expansivo, del justo límite y de tantas cualidades o midot más.
De los practicantes de Cábala (y en proporciones exponenciales para quienes la enseñan), además de la ejecución de todo esto, se espera un nivel mucho mayor de sofisticación en el esfuerzo y detalle de estas tareas, puesto que se supone que se hallan ensanchando el kli (recipiente o envase) en todas y cada una de las partes de su ser para que penetre más Or (luz) para poder transmitirla y comunicar adecuadamente.
De la misma manera que en Rosh HaShaná, los astros (y por lo tanto sus ángeles regentes) y toda la Corte Celestial se realinea de forma específica en relación al nivel en el que la conciencia humana se encuentra, así también el hombre debe realinearse, en esos Iamím Noraim (o Días Terribles) para que baje la fuerza y el poder de Dios.
Si se está alineado adecuadamente, o bien calibrado en Kedusha (santidad), tarea que debe llevarse a cabo a lo largo del año (en estos días se explora en donde fallamos) bajará lo positivo.
Si no se está alineado adecuadamente, lo que incluye la fragmentación voluntaria o in-intencionada, en cualquier área de la vida de una persona, bajará lo negativo.
Si somos sinceros sobre nuestra intención de transformarnos y mejorar, ese verdadero compromiso destruye toda evidencia en nuestra contra. El fiscal pierde su caso y la belleza de la humanidad prevalece.
Shana Tová
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