

En Defensa del Enojo

El enojo se ha ganado una muy mala fama. Se lo suele percibir como una amenaza personal que se halla en todas partes: entre parejas, padres e hijos, hermanos, en la calle, el trabajo, en temas políticos.
Pero la industria de la psicología y las religiones han hecho muy complicado resolver o siquiera abordar la ira y no han sido, incluso, capaces de proveer las herramientas necesarias para distinguirlo y manejarlo.
La clásica e insatisfactoria respuesta a la consulta terapéutica sobre el enojo ha sido “indagar” qué hay debajo del mismo quitándole toda validez intrínseca. Explorar intelectualmente el enojo y postergarlo para ver lo que “realmente está sucediendo” es desmerecer dicha espontánea emoción, aplastarla y reprimirla con fría indiferencia hacia los rincones más oscuros del inconsciente, que es en primera instancia, desde donde surgió.
Que no sea “apropiado” el enojo y mucho menos su expresión trae como consecuencia, graves patologías tanto individuales como sociales; confusión, probables estallidos de violencia, desconfianza hacia las propias emociones y la enajenación del Sí Mismo favoreciendo la emergencia -a futuro- del mismo enojo, quizás transformado en agresividad, quizás en depresión.
Deslegitimar la ira y estigmatizar a la persona que se emociona (porque las emociones no son ni buenas ni malas, ¿no?) impide el contacto e integración con la propia sombra.
Y desde ya, es una forma más de mantener la estructura de poder y opresión, ya sea por parte de un terapeuta o religioso o maestro de moralidad o gobierno, o de una sociedad no muy espabilada que se escuda en una arbitraria “conducta apropiada”.
Ha sido un grave error reprimir o postergar el enojo y pocas veces considerarlo como motor de aprendizaje y catalizador de un proceso de trabajo interior.
La Otra Cuenta del Omer
Dentro del judaísmo y la Cábala, el enojo tiene terrorífica reputación; tanto con ejemplos metafóricos y dogmáticos como con la cantidad de palabras que lo definen. Sin embargo, previo a cualquier desarrollo espiritual y en aras de mantenerla “controlada” debemos saber que la ira, tiene un lugar esencial en la psiquis (o alma) y un profundo propósito en nuestro desarrollo.
A la ira, o pasión descontrolada, se le atribuye la Sefiráh Guevuráh junto con el planeta Marte o “el fuego furioso de Dios”. Se asocia con el estado alquímico de “calcinatio” o la operación a través del fuego, elemento que desde lo arquetípico, ha sido percibido como la conexión entre los reinos humanos y divinos (razón por la cual era el método primario de sacrificio: sacrum facere, en latín, o “hacer sagrado”).
Si el intenso fuego del enojo puede ser soportado, mantenido y expresado (no reprimido, ni frustrado, ni desmerecido) tendrá un efecto de refinamiento en la personalidad y consolidación; el enojo será “el sacrificio” ya que su propia cualidad de fuego lo devorará obligándolo a replegarse sobre sí mismo, cual llama que crece y se disipa hacia lo Alto.
Como un cortafuegos, perdurar un tiempo razonable en el enojo generará un espacio desde el cual aprenderemos a confiar en nuestro poder de contenerlo.
El propósito de la cólera es la transformación que si es reprimida permanece latente hasta que estalla. Si no sucede la vivencia del enojo seremos controlados, gobernados o poseídos fácilmente por él. En cambio, cuando la “calcinatio” o sacrificio se completa no puede disponer de nuestro ser.
Todos los pensamientos, sentimientos, recuerdos o sueños que traen ira deben ser conscientemente experimentados y expresados íntegramente hasta que se consuman por completo.
Este es un proceso que puede llevar mucho más tiempo del que pensamos, según compruebo en las sesiones de coaching y cábala particulares, pero de esta forma, el fuego del enojo tiene el poder de calcinar la contaminación del inconsciente eliminando las conexiones que ya no nos sirven y nos impiden avanzar en nuestro camino de crecimiento.
©Ruth Percowicz - Todos los derechos reservados