top of page

El Aplausómetro

Nota - El Aplausometro.jpg

Dicen los que saben que el aplauso es un invento humano, una expresión de admiración, un acto de naturaleza social contagioso, y uno de los sistemas más tempranos de comunicación masiva. 

 

Formalizada en los teatros y con distintos grados de sofisticación, en la época del Imperio Romano una patológica necesidad de aprobación provocó que el emperador Nerón ordenara a 5000 de sus soldados aplaudir cada vez él que saliera en público.

Con el tiempo nació la “claque”, un grupo de personas contratadas con  jerarquías y roles a quienes se le pagaba para que mediante acciones específicas estimularan a la masa, y produjeran la manipulación de la opinión pública a través de la imitación de gestos: el “jefe de aplauso” quien iniciaba y lideraba la velocidad y volumen de dicho ruido; los “reidores” que se reían de cualquier broma (graciosa o no), las “lloronas” que fingían llanto y lágrimas, los “biseros” que aplaudían rapìdamente y pedían el “bis”, y otros.

Es más, existía una regulación para cada tipo de aplauso, chasqueo (con los dedos), imbrex (con la mano hueca), testa (con la mano plana), etc.

Semejante nivel de implantación de conductas jamás pudo haber sido parte de la evolución  natural. El mundo animal no necesita de aplausos ni etiquetas ni motivaciones externas para vivir, como pareciera que requiere el humano, ratificado ésto por estudios universitarios que confirman: “Tras un montón de años estudiando primates en las selvas, nunca se ha visto un primate (no humano) aplaudir”. 

Dicha posibilidad antropológica proviene de una facultad progresiva relacionada con la bipedestación, de tal manera que las “patas” delanteras se liberaron permitiendo desarrollar habilidades que nos diferencian (un poco) de los simios. 

 

En un tránsito rápido desde la prehistoria a hoy, ciencia psicológica y era digital mediante, el aplauso tiene otras consideraciones.

Cuando una persona sana se siente confiada y orgullosa de sí misma o de sus logros no necesita el aplauso del mundo exterior (ni likes, ni emojis, ni seguidores). Los sentimientos de éxito, consagración o victoria no se devalúan por la falta de atención de los otros; en cambio aquel individuo egoísta e interesado necesita, constantemente, una sonora -o por lo menos visual- validación externa.

 

Si bien podríamos considerar natural querer compartir la alegría de un logro con otros, la diferencia entre una celebración sana y una validación narcisista reside en la humildad, cualidad de la letra hebrea כ Jaf , que significa palma de la mano, zona del cuerpo utilizada para aplaudir. 

La Jaf es, además, el potencial latente que tiene el reino espiritual para manifestarse completamente en el reino físico. Por eso encabeza Keter (o corona) palabra que designa a la Sefiráh (o emanación del Árbol de la Vida) más elevada. Semejante altura, desde un punto de vista negativo, puede ser interpretada como soberbia u orgullo narcisista. 

 

El narcisista se ve a sí mismo como perfecto y superior (una Jaf כ o Keter “negativa”), y cuando se siente amenazado debe proteger su autoestima para evitar sentirse menos. Aquellos que tienen egos inflados y mantienen pobres relaciones interpersonales actúan a la defensiva cuando son desafiados y por lo tanto, agitan urgentemente sus palmas como en un acto reflejo de Jaf כ para autovalidarse. 

Hasta podríamos llegar a analizar, si queremos ser buenos, que dicho individuo inconscientemente está tratando de rescatar su propia humildad aplaudiéndose, agitando sus palmas, en un acto de limpieza o transformación. 

 

El auto-aplauso está siendo exhibido en forma pública cada vez más, por ejemplo, en los Parlamentos, Congresos o Cortes Generales de diferentes naciones, como respuesta a un lúgubre espectáculo de gran despliegue dramático, escasa creatividad y lamentable condición moral. Se puede observar a un grupo de primates supuestamente evolucionados que se aplaude a sí mismo cuando, por ejemplo, una ley negociada, que en demasiados casos no es muy lúcida, es “aprobada” por una mayoría. La autovalidación en su máxima y patética expresión. ¡Aplausos! ¡Aplausos!

También vemos impactados, cómo aquel acto de imitación histórico, ese oficio vacío de talento, perdura en el tiempo: Una masa indecisa, genuflexa y timorata sigue a la "claque" sin importarle si no está de acuerdo, ni si le gustó o incluso sin saber lo que dice o si le ha hecho daño lo sucedido.

 

Elemental para los actores e innecesario para quien vive en forma auténtica y feliz, ahora el aplauso, la aprobación se define por la cantidad de “Likes” o “Me Gusta” en un formato diferenciado que nos exime del uso de las palmas. Este nuevo aplauso digital es para algunos más importante que las viejas palmas a la hora de congratular o elogiar porque tienen una cualidad de permanencia; no son efímeros. Las alabanzas, desprecios e indiferencias son conservadas, estudiadas, sus ritmos rastreados, sus patrones analizados y explotados. La manifestación dactilar de Jaf, desafía ahora con  mensajes silenciosos al ocasional ruido y exhibe en muchos casos la desvergüenza de un aplauso desubicado.

 

"Les agradezco con anticipación el gran aplauso que estoy por recibir". (Bo Diddley)

 

©Ruth Percowicz - Todos los derechos reservados

bottom of page